No se debe hacer ruido cuando el pasado duerme. Se debe estar cerca, atento, con la puerta entreabierta si se quiere. Pasar cada tanto, dependiendo la nostalgia de cada uno. Se lo puede escuchar roncar. Se pueden ver sus canas reposar en la almohada o el hilo de baba cronológica colgando de su boca. Pero se debe tener especial cuidado de no despertar al pasado por cualquier cosa. No hay nada peor que un pasado de mal humor.
Se debe acudir a su lado en puntas de pie pero con mucha cautela. Es un placer verlo dormir, con su respiración profunda, incluso alejado él de sí mismo. Podemos hacer la prueba de sentarnos a su lado, acariciarlo muy suave, taparlo un poco, y repasar en la contemplación lo que fue y lo que lo hizo por fin dormir.
Nótense sus manos apretadas, su ronquido suave y profundo y las uñas largas de sus pies. Huele a viejo, a humedad, a nostalgia. Pero también huele a infancia, a inocencia, a libertad.
Pásese de a ratos y de a uno por vez a saludar su onírica presencia, y téngase a bien guardar la compostura. Como dice el cartel de entrada "prohibido gritarle, exigirle o reclamarle cosas al pasado".
Cuentan los más viejos, que quienes lo despertaron se llevaron preguntas de las preguntas y replanteos de los planteos. Y en su afán de modificarlo, convertirlo o aclararlo no hicieron más que exacerbar sus intolerables características.
Pásese por su lado, pero no se lo despierte. No vaya a ser cosa que su pasado despierte otro pasado y se encuentre sin poder poner de acuerdo las historias perdiendo el presente en una disputa eterna. Pásese a su lado pero no se lo despierte y al salir tenga a bien guardar el secreto que ahora se le susurra.
El pasado es ilusorio. El presente también. Y usted, y estas palabras, y quien las escribe.