11 de febrero de 2008

Yareth, El Rico

Las arenas ya resultaban frescas dada la intensidad del Sol.
Pero el motivo de su andar por el desierto era todavía más fuerte que el astro rey.
Su sed estaba a punto de volverse locura cuando llegó a lo que parecía ser un grupo de rocas, apiladas por un capricho más humano que geológico. Entonces supo que no faltaba mucho para justificar años de conjeturas mal trazadas por sus antepasados. La segunda piedra desde el este sería el escalón, y la tercera se empuja para abrir la cuarta. Ésta se atraviesa como un tunel hasta dar con una quinta, que debe abrirse del mismo modo en que se abren los antiguos baúles bárbaros. Girando para arriba.
Ésta última parte era la que más lo había preocupado durante todos estos años, dado que no había visto jamás cosa tal como un antiguo baúl bárbaro. Pero habiendo seguido las instrucciones de aquel papiro que no se animaba a sostener como a los otros papiros, llegó a la piedra y entendió que todo iba en la forma ovalada con manijas de la tapa rocosa. Eso hacía que girar para arriba tuviera sentido. Era algo que sólo viendo aquella forma lograba entenderse.
A esta altura, ninguna de las otras opciones para llegar al cofre le parecía menos accesible que la que indicaba el papiro. Por cualquiera de los frentes de la pila de rocas se llegaba hasta allí con facilidad. Pero quizás la idea de pasar a través de una piedra antes de llegar al tan ansiado tesoro, le ponía un condimento extra a la historia que luego él se encargaría de contar. Que la humanidad se encargaría de contar. Quizás atravesar una piedra lo ponía lo suficientemente cerca de los actos que sólo cometerían un gran rey milagroso, o un cierto Dios. Quizás el hecho de pasar por una piedra era reversionado por los historiadores como la desmaterialización del cuerpo del Gran Yareth. El milagro necesario para que todo suceda. Pero lo cierto es que toda esta conjetura ocupaba poco más de medio segundo en la cabeza de aquel buscador que estaba empezando a dejar de serlo.
Girando lo que parecía ser la tapa de todas las tapas, Yareth empezó a ver como se desvanecían todas las imágenes que había designado con la imaginación para aquel objeto mágico. Por una vez en la historia de la humanidad, lo real era más bello que lo imaginado.
Lo que pasó después fue claramente producto de la intervención humana. Lo divino era el objeto mágico. Lo perfecto era lo preciso de la búsqueda y el encuentro. Pero una vez en manos del hombre, aquel objeto no hizo más que ser usado con imperfección.
Las historias que conocía Yareth dictaban que había que frotar el objeto para que un genio apareciese y concediera, en principio, tres deseos. Una vez concedidos, el genio evaluaría el placer generado por conceder estos deseos, y si gustaba de hacerlo, entonces la cantidad de deseos a conceder ya pasaba a ser un trato entre amo y genio. Ya era una cuestión de afinidad divina.
Claro que poco se sabía respecto de los placeres geniales. Por lo que la mejor opción parecía ser la eficaz y personal ejecución de los primeros tres, y recién después, si es que algo de esto sucedía, valía la pena poner toda la atención al servicio de la relación amo-genio y sus menesteres.
Yareth frotó el metal precioso con ambas manos y se hizo dueño de la palabra "expectativa".
Por desgracia para este relato, lo primero que salió de la boca del expectante Yareth fue: "Quisiera entender como funciona esto...".
En ese mismo instante la cabeza de Yareth se iluminó como nunca antes. En ese instante, no sólo entendió que tenía que expresar sus deseos en voz alta, también entendió que en eso de entender ya se le había ido un deseo. Entonces supo que los próximos dos deseos tendrían que ser la pronunciación más perfecta e inequivoca jamás hecha. No podía desperdiciar una palabra más, y acudiendo al motivo de todos los motivos sentenció: "Quiero ser rico!".
En ese momento el cuerpo de Yareth se dividió en dulce y salado. Sus brazos se volvieron los más exquisitos azúcares confitados sobre la faz de la tierra. Sus piernas estaban hechas ahora de extraordinarios bocados. Sabores que quizás conjugarían los manjares existentes y no existentes de todas las culturas.
Yareth era extremadamente rico, y en el fallo de su segundo intento su ira era tal que nublaba los cielos. Su grito en medio del desierto había hecho retroceder a más de un escorpión.
Entonces volvió a tomar el objeto, que estaba haciendo algo muy distinto a cumplir sus deseos, e hilvanó la que sería su última oración: "Quiero una gran cantidad de dinero!".
Los billetes empezaron a salir del viento y de la arena. De las rocas y del Sol. Los billetes volaban en círculo alrededor de aquel que ahora era todo alegría. De aquel que ya sentía saldado su esfuerzo y su dedicación, que sí tenían precio. Exactamente el precio que le estaba siendo pagado.
Pero Yareth y su alegría olvidaron que reír, gritar y llorar en festejos, eran atentados mortales para alguien que además de adinerado, era rico.
Entonces su piel de chocolate comenzó a derretirse, y sus salsas chorrearon, y sus cremas se batieron.
Dice este relato que Yareth murió felíz y casi sin saberlo. Será porque finalmente había tenido sus tres deseos. Porque entendió. Porque era rico. Y porque tenía todo el dinero que siempre había querido.
De Yareth en adelante, la leyenda cuenta que hay un lugar en medio del desierto, cerca de unas rocas, lleno de dinero, donde los más exquisitos manjares emanan de la tierra.
Nada se volverá a hablar jamás del objeto, ni de su uso. Ya que de alguna manera, lo que todos hubiesen deseado, se encuentra volando alrededor del rico Yareth.
Pobre esta gente que no sabe que fantasea con la tragedia de un hombre.
Pobre Yareth que en su muerte nunca se dio cuenta que a su genio, al final, le había resultado placentera su forma de desear.

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