26 de septiembre de 2008

Nos vemos.

Venían dando vuelta a la esquina cuando algo rompió con ese equilibro del que uno no es consiente hasta que se rompe. Eran tres: ella, él, y la nena.
La nena venía en los hombros de él. A cocochito, como se le dice hasta que uno es grande y boludo como para andar haciendo cacofonía. Ella venía del brazo de él, como si la carga de la nena no fuera suficiente, o como si existiera una clásica rivalidad freudiana entre madre e hija. Él venía con la nena en andas, y con ella del brazo.

Sin embargo, eso no era todo. En algún punto no eran sólo tres. También estaba el bastón blanco. Estaba en las manos de ella y de él. Y cómo era blanco, y no tocaba el piso, era más que un bastón. Era la ceguedad de él, que reposaba, para cargar a la nena. Entonces ella, innecesariamente colgada de su brazo antes, y necesariamente colgada de su brazo ahora, era más que ella. Ella era ella, y el bastón. Un bastón que sonreía, reía y hablaba. Y en conjunto eran perfectos. Quiero decir, era perfecta su imperfección. Porque de alguna manera, sin médicos ni operaciones, habían eliminado la ceguera de él. Porque ese bastón blanco no tocaba el piso y descansaba en sus manos. En las manos de ella, el verdadero bastón, y en las manos de él, que veía sin necesidad de usar los ojos. Sonrientes caminaban los tres, ante la vista de todos, que paradójicamente, teníamos cara de estar viendo algo por primera vez.

Pero ella peló un caramelo y lo puso en la boca de él. Y él tomó el caramelo con la boca, pero se le cayó al piso. Un piso sucio de Godoy Cruz y Santa Fé. Un piso de millones de suelas por día. Entonces ella nos miró a todos, o eso creímos, y soltando su brazo tomó el caramelo del piso y lo volvió a poner en la boca de él, y después sonrío.

Creo que no nos vió a nosotros mirándolos perplejos antes, y mirándola perplejos ahora, sólo a ella. O no vió nunca millones de personas transitando, con suelas de lejos y de cerca, gastadas o gastadísimas, sucias o muy sucias, pisando los pisos de Godoy Cruz y Santa Fé. Quizás ese instante en que soltó su brazo para agarrar el caramelo del piso, fue suficiente para que ella demostrara que como persona era sólo un buen bastón. Quizás no vió sucio el piso, quizás no vió sucio el caramelo, quizás no vió el kiosco que tenía a cinco metros, ni el cartel de 3 caramelos por 10 centavos que pretendía, justamente, que todo el mundo lo viera. Ahora que lo pienso, quizás era él el que la llevaba a ella.

Ahora que lo pienso, quizás él era el ciego, y ella la que no podía ver.

18 de septiembre de 2008

Fe De Erratas


Te lo juro por Dios

Estaban en la tierra el hombre que creía en Dios, y el que no creía. En distintas circunstancias y con intrascendencias geográficas de por medio, pasaban ambos por momentos difíciles de pena sin gloria, ni nada que se le parezca. Desdichados hasta en la forma en que el dolor se presentaba ante ellos.
El hombre que creía en Dios, mantuvo con la fe la llama de la esperanza. La certeza en la plegaria con palabras de primeros auxilios que le había regalado una cultura como tantas otras. No pasaba momento sin rezo, sin agradecimiento divino; agradecimiento vacuo porque sabía que todo lo suyo ya era nada, y la nada angustia, y la angustia llanto, depresión, malestar. Pero creía. Creía que Dios estaba ahí y lo bueno vendría, anunciado o no, en hecho o palabra. Algo divino pasaría, y estaba agradecido de estar agradeciendo algo que simplemente no pasaba.
El hombre que no creía en Dios no creía en Dios ni en nada. Tenía fe, pero era distinta a la del hombre que creía. Tenía fe en que todo estaba perdido. Creía en nadie. Ni siquiera en él creía. No tenía ni imagen ni semejanza. No tenía nada. Y se revolcaba en su miseria solo, con la única esperanza de morir y apagarse de verdad, porque sentía que hasta su inexistencia era falsa. Y le dolía. Y no hay cosa peor que ser sin ser.
Uno con el rosario en la mano, y el otro con la ginebra. Los dos murieron en la misma soledad física. Y sin embargo fueron ellos, con su muerte y su vida, los que le dieron existencia a Dios. No era importante que uno repitiera palabras como un loro, y el otro se revolcara en sus gemidos. Sus vidas terminaron porque tenían que terminar. Porque morirse era lo más natural que podía pasarle a dos seres vivos. De morirse se trata la vida.
Pero Dios existe, y si existe es gracias a estas dos personas, que en abstracto dejan de ser dos y somos todos. Dios existe porque algunos creen y otros no. Porque si todos creyeran en Él, se daría tan por sentado que existe que pasaría a ser cómo respirar. Una constante sin dinámicas. Uno no cree en su respiración. Simplemente respira.
Y si nadie creyera en Él, ni siquiera existiría su inexistencia.
Por eso, estas dos personas, y todas las personas somos igual de importantes. Porque en la dinámica del opuesto nace la fuerza. La fuerza que magnificada y multiplicada por miles de millones de creyentes y no creyentes generan la confortable idea de un Dios. El Dios indiscutible que es omnipresente. Y si algo tan desorbitante, como todo el mundo generando una misma idea puede pasar; si un sistema tan complejo puede funcionar a la vez de una manera tan simple, quién más que Dios puede ser, el que en un ida y vuelta de responsabilidades existenciales, exista, gracias al hombre, de una manera discutible.


Ahora, hablando enserio:
Se acerca San Pedro a Dios y le pregunta: Dios, ¿vos crees en el hombre?
No, responde Dios. Soy ahomo.

10 de septiembre de 2008

Me miro en el espejo y me pregunto, ¿para qué viniste? ¿a dónde fuiste?

La verdad es que no sé. Que la tara mental, que el momento, que intercalar con el dibujo y pensar en imagen. Y abandonar la palabra, con lo generosa que es. Con su versatilidad infinitamente combinable. Lindo, pero pasó.

Y el laburo, que viene y que va, que pensate esto, que pensate aquello. Y los rumores del pasillo donde ni siquiera había pasillo. Todos mirandonos la cara, pero hablando lejos. Donde no se escuche. Y se filtró. Y aguante el rumor. Nunca me voy a olvidar de la fotocopia borrosa de Lipovetski o algún otro diciendo "el rumor es casi siempre verdad". Menos que mal que era verdad. Feo, pero pasó.

Con un escuadrón de neuronas reclutadas y atentas a la pantomima; a eso que es porque elegimos que sea, un poco jugando enserio a no jugar ni tomarlo muy a pecho. La alarma sonó. PANTOMIMA! PANTOMIMA! Y ahi estuve, dejando de ser el que era, para ser el que soy.
Ahora sé que elegir no es sólamente la remera roja o la remera azul (Keanu Reves elige pastillas, y yo remeras, ¿y?). Elegir es a veces entrar, pasar cerca, decir algo, no decir, mirar, o simplemente gesticulizar. Elegir se elige todo el tiempo. Así que ojo. Porque alguien te puede cuestionar, o mirar de costado.

Me pido disculpas por dejar pasar este tiempo sin pasar por este lugar. Estoy de vuelta, y de replanteos traigo poco. Lo dicho dicho está, y voy a seguir jugando enserio. Que algunas intimidades sean públicas y que el resto sea intimidad. Este lugar también lo elegí, pero siendo mucho más conciente que otros lugares.