La evolución tal cual la conocemos, esa emblemática representación Darwiniana que va de un chimpancé a un hombre, es apenas un tramo insignificante y mal inferido de las metamorfosis que hemos padecido y padeceremos eternamente siempre. El mono es eslabón de algunas, y no todas las personas.
Esto explica que haya gente con rasgos físicos de perro, o gato, ave o topo. Por eso algunos rien como hienas y otros como chanchos.
Todas las especies evolucionamos de todas las especies. Esto sucede de acuerdo a las necesidades de cada vida, genéticamente heredada y prefigurada, una y otra vez. En esto va que cada uno sea único e irrepetible. Es porque siempre mutamos.
Porque el ave alguna vez fue pez, y el lobo alguna vez fue vaca. O no. O si. Depende, infinitamente de cada caso. De cada necesidad.
Lo cierto es que el gato que gusta de trepar, se convierte con los siglos en ardilla, y luego en mono. Así como el león, que gusta de dormir demasiado, se vuelve en mil vidas oso, y en mil más marmota.
Darwin no vio la evolución. Vio sólo un fragmento, de verdadera transformación, pero incompleta. Estrecha.
Hasta incorrecta me animaría a decir.
Al fin y al cabo, un mono que se vuelve hombre, tampoco está evolucionando mucho que digamos.
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