6 de abril de 2010

Felipe, el carente

Antes de ese momento era otra cosa. Porque cuando abrió la puerta sus ojos se iluminaron. Una intuición vaya uno a saber de qué me dijo “le caes bien, aprovechá y simpatizá”. No lo conocía y en realidad conocía a muy poca gente, pero el cariño espontáneo de una criatura parecía una buena carta de presentación. ¿Para qué saberlo? ¿Por qué cambiar una situación por una teoría de la formación? Dicen que los chicos intuyen a la buena gente, y yo soy uno más de los que vé en la infancia una sabiduría infinita que se va contrayendo con los años y con los aprendizajes y con las normas sociales y con toda esa pavada sin la cual, dicen, no podríamos vivir en sociedad. Por todo lo que presentía, me agaché para saludarlo y me abrazó fuerte y sostenido, a lo cual respondí llevándomelo a upa unos pasos, diciéndole cosas como ¡Hola amiguito! ¿¡Cómo estás tanto tiempo!? ¿Todo bien, maestro? Después seguí saludando, siempre con él cerca, tratando de agarrarme de la mano, de llevarme a donde tenía sus juguetes, buscando mostrarme las cosas que sabía hacer. ¿Y para qué dejar de vivir esa situación? ¿Ambición del saber? No nos culpo, yo también vivo en esta sociedad. Es cultural. Dicen que el ser humano siempre mata por subsistencia. Primero mató por motivos religiosos, después por motivos políticos, dicen que hoy se mata por motivos terapéuticos. Me llamo Felipe me contestó, ¡tengo así! agregó haciendo un cuatro con los dedos de la mano. Vení que te muestro mis juguetes y vamos a jugar al patio de arriba. ¿El patio de arriba? pensaba yo, y mi amiga, la del cumpleaños, la que después sepultaría la alegría en tristeza, me ayudaba e incentivaba: si, si, el patio de arriba sería la terraza, y parece que te hiciste un amigo nuevo. No sé del todo por qué, a mí el cariño de un chico me parece algo de lo cual se puede estar orgulloso. Será por el simple hecho de que algunos lo consiguen y otros no, sin lograr determinar del todo de qué se trata la variable de afecto con la que rigen su espontaneidad y atención. Teoricemos hasta ahí. No profundicemos más, por favor. Si el chico está contento. Yo estaba con el pecho inflado de tener el costado infantil de mi lado. Sentía la bendición de tener una suerte de aura y la fortuna de poder jugar a cualquier cosa que Felipe me propusiera. En algún momento, hasta me llegó a parecer más divertido que tomar cerveza y hablar del Boca - River, o de lo que fuera. Ya sé. Mi abuelo decía siempre que en este mundo traidor nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira. Pero no hacía falta. Quiero decir, no era necesario diagnosticar. No se justifica. ¿La estabas pasando bien? Entonces no me digas que tiene una carencia paterna muy marcada. No hacía falta saberlo. Tiene una carencia paterna muy marcada. Callate la boca, seguí festejando tu cumpleaños. Dejame vivir con él una situación fuera del tiempo y de los traumas. Tiene una carencia paterna muy marcada, pero me hubiera gustado ver a un chico con ganas de jugar como lo ví durante los primeros 20 minutos, amiga, sin pensar los motores de las razones de las causas de Freud y toda su desendencia. ¿Para eso estudiaste? No quería jugar con un ser desesperado de afecto. No quería ser el empaste que rellena el hueco sin rellenar. Hasta se volvió ojeroso cuando me diste parte médico. Dame la mano, vení conmigo, jugá conmigo, mirá cómo salto, mirá como cuento. Parecía un adicto a la carencia en rehabilitación. Todo pasó a tener un tono de lástima. Ese chico, entendí, no quería abrazarme a mí ni quería jugar conmigo, ni yo tenía nada parecido a un aura. Como mucho él buscaba, si, y qué mierda me importa, una figura paterna. Pero eso pesa mucho más que un juego. Ahí se terminó el mundo lindo que estábamos compartiendo. Y si necesita que lo acompañe lo acompaño, me dije a mí mismo. Pero se volvió denso. Pareció darse cuenta de que yo me dí cuenta. Eso fue peor todavía. Le dije que iba a charlar un poco con los adultos y volvía a buscarlo. Pareció confiar. Cuando se fue le dije ¡chau amigazo! y me miró lleno de vacío y se alejó sin saludarme, en los brazos de la madre que se iba sola. Estaba enojado porque yo no era andá a saber quién. Alguien que quizás hubiera aceptado ser si no me hubiera enterado de la tramoya psicológica de la cual estábamos participando. Por ahí, con ausencia de conocimiento inútil, y si la cultura actual no matara con fines terapéuticos, porque es importante saber qué pasó, dónde duele, por qué duele, dónde falta, y quién, quién te dice, hubiéramos pasado un buen rato. Yo no sé si es tan necesario saber. Yo, al final, no sé si es tan buena como parece la psicología.

2 comentarios:

::: SOL ::: dijo...

con todo respeto, srta Flor,
TE AMO FEFFO!
Felipe te ama!
con la misma intensidad, q odiamos todos lam psicología.
ME PARECE UNA PRECIOSURA EL TEXTO!
sos taaaaan capo.

Feffo dijo...

Jajaja, y vos tenés la masa encefálica licuada! No me dores la píldora. Te conozco. Lo hacés para que te devuelva el termo.