22 de abril de 2008

Luca Vive (en el sexto piso)

Miranda estaba tomando su clase de yoga cuando llegué al departamento de Hidalgo y Yerbal. Después de estar un rato parado en la ventana, al tiempo que tomaba unos amargos, la luz no faltaba, pero la chispa si. Entonces prendí una vela paraguaya, en una pipa argentina, con un encendedor taiwanés. Era un sábado a la tarde con resabios de viernes, un viernes que había sido con resabios de jueves, de un jueves con resabios de miércoles, de un miércoles con resabios de martes, un martes con resabios de lunes.
Entonces me dispuse a salir, para ver si con la gente amontonada en José María Moreno y Rivadavia las fichas se acomodaban.
Estaba en el piso 8vo, y para salir necesitaba de ese aparejo lleno de botones que sube y baja a la gente. Algo que para mi debería llamarse ascensor y descensor. Pero sea cual fuere su nombre, ningun nombre le correspondía si no funcionaba, si no cumplía con el fin para el cual había sido construído. Y eso era exactamente lo que pasaba. El ascensor no ascendía ni descendía. El ascensor no funcionaba.
Entonces opté por el medio fiel y alternativo de la escalera, y comencé el descenso. Pasé por el piso 7mo casi sin mirar, y las voces con eco de pasillo que venían de más abajo comenzaban a sentirse más y más cerca con cada escalón. En el descanso de la escalera que unía el 6to con el 5to, identifiqué la fuente de los lamentos que venía escuchando desde hacía dos escaleras. Era una pareja de ancianos, ella en bata, él en pijamas, ambos ancianos, ambos quejosos, ambos indignados, porque no encontraban ni fidelidad ni nada en la escalera. Cada movimiento era una gota de conciencia para un cuerpo que ya no la necesitaba. Una molestia, un sin fin de escalones, una tortura espiralada. Entonces pienso que no hay médico ni remedio para esos estados de ánimo, pero si pensaba rápido y práctico quizás si, podía decir algo optimista. Uno de esos “hay cosas peores” que placeban superficialmente las cosas.
Entonces me doy vuelta, ya habiéndolos pasado, como el conejo pasa a la tortuga, y les digo: menos mal que es en bajada, peor sería estar subiendo...
Él levanta la vista, y con la boca semiabierta me mira, toma aire, y cuando creí que iba a escuchar otra queja sorda y desconsolada, me dice con voz fuerte y bien entonada: Juventud! Divino... tesoro...
Tardé en darme vuelta. Llegué a planta baja, a la calle, a José María Moreno. Estaba repleto de gente, pero eso ya no importaba. Ese día deambulé por la calle durante horas, y sin embargo, no encontré forma alguna de bajar del 6to piso.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

jajajajja...me acuerdo...y si mal no lo hago, a los pocos meses el gran profeta murio efectivamente, pero se reencarnó a las pocas semanas en la beba del 2do...hija de Eugenia Tinazcu que con su adicción a los saca corchos nos saco de apuros cuando el método húngaro no funcionaba por ser demasiaso delagadas las paredes...

esos sí que eran vecinos...

randa

Feffo dijo...

jajaja, después del portero perfumaedificios, éste señor se llevó el protagonismo. No me acordaba que el que se murió había sido el viejo, aunque sí me acordaba de la muerte de un día enlazada al nacimiento del otro. Como si una fuerza sobrenatural mantuviera el índice de vidas estable en los edificios.
Ve que Dios existe!
Gracias Lula.
Besos