20 de mayo de 2008

Reloj de Arena (Mar del Sur)

Todo fue espontáneo. O casi todo. Por lo menos de mi parte.
La situación no era corriente, pero después de tres días de playa ya estaba con una pasajera sensación de localía. Ya me había mojado los pies en el mar. Ya había mirado al horizonte con la incertidumbre de lo inmensamente grande, y con la inevitable angustia que siempre me generó Alfonsina, tomando de las mechas a la poesía, metiendose en el mar para ahogarse con ella, y resucitar. Esa convicción de muerte me pone los pelos de punta. Por suerte no estaba en Mar del Plata, pero había pasado cerca.
Estaba en un lugar mucho más grande. O en realidad era mucho más chico, pero había menos gente, y menos casas. No había cosas como balnearios ni locales de Havanna. Había playa, mar, un camping a cuatro cuadras, Tony (el perro al que le tocó ser mejor amigo de quién les habla), gaviotas, piedras, y yo. Nada más.

Estaba empezando a pensar en nada cuando clavé el talón en la arena y empecé a caminar, casi instintivamente, hacia atrás. La sensación era placentera, y mi cabeza buscó un sentido. Entonces la sensación le contestó con más instinto, e impulsó más pasos hacia atrás. La cabeza buscó sentido de nuevo y lo encontró. Entonces me propuso seguir con el talón hasta hacer un círculo en la arena; un gran círculo. Era un desafío geométrico simple, pero la simpleza en grandes escalas puede verse compleja. Cerré mi círculo y mi talón se sintió satisfecho, pero no (como siempre) mi cabeza. Entonces creí que tenía que hacer algo con ese círculo, y fue en ese instante cuando pasó una avioneta. Ahora ya sabía quién era mi público.

Una idea simple, obtusa, fácil y lo suficientemente confusa como para entusiasmarme. El círculo sería un reloj. El reloj tendría una hora. La hora no tendría sentido alguno, pero eso sí, cualquier persona tendría que hacer su propia interpretación. Un gran reloj en la arena, con una hora precisa marcada, daría a luz una fantasía. Siempre creí que no saber el porqué de algunas cosas, es acaso saberlo de una manera más interesante. Y este era el caso.

Entonces empecé a hacer la cuenta de cuántas cuentas tendría que hacer para mi reloj. En principio sabía que tenía que poner uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, y doce números. Y también sabía que tenían que estar a la misma distancia unos de otros. Nunca fui bueno en matemáticas, y presentía que estaba empezando a complicarse justo en el siguiente paso. No sé porqué, pero intuí que contar el total de pasos que tenía mi círculo me daría un dato con el que luego podría dividir, o sumar, o restar. Todavía no estaba seguro.

Con el círculo en la arena, comencé a caminar su contorno, y empecé el conteo. Centré mi esfuerzo en dar a cada paso el mismo tamaño. Tony no entendía un porongo de lo que yo estaba haciendo, pero yo tampoco entendía mucho de lo que él hacía. En ese perro encontré lealtad, y además respeto. Pero yo seguía el conteo, casi preocupado por el resultado. A paso firme enumeraba, pero también dudaba. ¿Cómo tendría que seguir la cuenta? El resultado dividido 4 me daba la ubicación del 12, del 3, del 6, y del 9. Pero eso era casi un reloj. Necesitaba todos los números, y mientras tanto seguía avanzando por el 23, 24, 25, 26, 27, 28...
La paradoja de caminar en círculo sin saber a dónde iría a parar me causaba cierta gracia, pero si hacía un reloj impreciso esto dejaba de ser esto y pasaba a ser una pérdida de tiempo, y eso era otra paradoja.

El último tramo del círculo fue determinante y además causante de todo este relato. Si el final no hubiese sido cómo fue, yo no estaría contando nada de esto. Había una huella bien marcada en el lugar donde había comenzado. En esa huella terminaba el conteo y por fin tendría el dato que sabía necesario. Escalofríos me dió suponerlo. Deslumbramiento presentirlo. Estaba ante una remota posibilidad, dejando de ser remota, empezando a ser posible. El final contó: 55, 56, 57, 58...59...60.

El círculo tenía 60 pasos de diámetro. Y eso significaba que el reloj, estuvo hecho desde un principio.




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Mar del Sur es una villa balnearia, ubicada entre los arroyos La Tigra y La Carolina, en el partido de Gral. Alvarado.
Fundada en el año 1885, posee un hotel construido en la misma década, con arquitectura de estilo francés, con 100 habitaciones. Hoy es una residencia privada, y aunque abandonada, se dan recorridos turísticos, en los cuales se omite una historia que sucedió en su interior.
Las playas de Mar del sur poseen arenas finas, sin grandes desniveles, con arroyos que vierten sus cauces de agua dulce en el mar.
A unos 4 km al sur, se encuentra Rocas Negras. Un lugar donde se puede apreciar una formación rocosa que forma un espigón natural, que culmina con una imagen de María, entronizada frente al mar.
Yendo hacia el norte se encuentra (o no) el balneario El Remanso. Es una playa que posee una gran amplitud. Casi como la del mar.
Más al norte (aprox. 2km) hay un estuario en donde hay una pequeña cascada de unos 2m de altura.
Otro curioso atractivo es la Casa de los Caracoles, construida por don Herve E. Plaul, quien la recubrió totalmente de caracoles en una tarea que le insumió 12 años y finalizó en 1996.

4 comentarios:

Ma. Florencia Ricciardi dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ma. Florencia Ricciardi dijo...

Tu relato me erizó la piel... pero más me impresionó pensar en la idea de que hay cosas que simplemente puede haber estado hechas desde un principio. Como perder una ojota.
Cuánto disfruto leerte...
Besos

La Tomata dijo...

Hace un par de semanas que volví de Mar del sur, y debo decirte que es mi lugar en el mundo, casualmente con mi pareja también hicimos esculturas en la arena solo porque algo nos impulso a hacerlo... El lugar es mágico en si!
Buen relato! Saludos!

Feffo dijo...

Me alegro Tomata! Es un lugar hermoso. Gracias por pasar y comentar. Un saludo a ambos.